Llegaste una Tarde.. Cuando Mis Ojos Moribundos

A Perseo y su infinito amor…


Llegaste una tarde, cuando mis ojos moribundos chocaban con las sombras del estruendo; venías despacio, nervioso, como escalando un abismo, pero tenías tanta confianza en ti y en tus ojos oscuros, ignorando voces que se burlaban, de mí todas las tardes de ese mes; las mismas que trataron de cegarte para confundirte con el frío. Yo estaba seria, tarareaba una canción que nunca me supe; mi boca seca, y mi cuerpo, como siempre, amarraba sus cuerdas a la noche para conocer el infinito infierno; pasearme por sus callejones, desmadejando almas ajenas, como ritual inacabado que te regala respuestas rasposas.

Caminabas; a tu paso los rayos detonaban las banquetas, doblaban los postes de luz, y hacían tocar las campanas de la iglesia, te anticipaban. Llegaste sin pedir permiso; instalándote en mi isla, que cansada de ensayos se adhirió a la tuya; desde entonces has sido tripulante de mis mareas, consejero profeta que invoco con mi lengua entumida de mi otra; y en mi velero de sueños puedo verte siempre completo, besarte los ojos hasta soñar un futuro contigo.

Con tu llegada, la voluntad se volvió aguijón que estrella mi voz sobre un muro negro; he pagado caro el no distinguir la lluvia de las lágrimas, haber ignorado su caudal diferencia, que montan la barca de alucinaciones, y me reinventan cada invierno. Con tu cercanía mi arrogancia perdió fuerza; una polvadera árida lloró el desperdició oral que no supo de tu nombre, escondido entre tanto coraje. Herida por un jirón de tu estela, me aferro sin manos a tu mástil, que tambalea la fatiga de no tenerte, trata de explicarte mi develo sin querer, serpiente que me recorre a diario, asustando mi cuerpo con erótico siseo, y me obliga a esperar sentencia.

Y soy una trampa, un simular de sombra que sólo distingue tu apariencia, tumulto de estar juntos; ser que no encuentra su instinto y se perdió antaño, cuando fui la que era, en tu aposento engaño que me derrite hoy en tinta; hoy, en un deshabitado orgullo me siento a simular coherencia, parpadeo en instantes para despistar la supurada llaga que consume; cuento nuestra historia a los muertos inconformes, que vagan por mi lado y adornan con flores negras su propia tumba, en un afán de sentirse acompañados; provocan a invitar a esa que fui en otro mundo, pero las huellas de tus besos fosforescentes, me traen de vuelta, murmullo de leyendas tristes, habitando el lado mío que desconozco; así disuelvo tus reclamos con sabor a acacia, lazo flojo deshojando estrofas, escondiendo respuestas en versos prestados para que no me entiendas.


En tu silencio mis fisuras se entreabren, y los bordes de mis tristezas te rescatan, crujido seco que me devuelve las ganas de morderte los labios; me das como respuesta una oración que se pierde en viento helado, sopla a mis espaldas, cerca de tu otro que saquea mi eternidad y te pone en contra mía.

Me deslizo; evadiendo las astillas de tus rezos, almaceno los ecos
que te gritan, pero una bocanada de tristezas me trae de vuelta tu espera, ahoga mi abandono, queriendo darme un escarmiento hace desenrollar esperanzas que se desliza en un largo río, donde se refleja tu rostro barnizado de luna; milagro intruso que asombra a Dios.

Con miedo de aparición me acerco a ti; te veo con tu aspecto de vigía, encendiendo las bardas de los edificios. Convocando a los murciélagos, arropo espacios que no me tienen y me dejan sin mundo. Tú, con tu haló de tentaciones que te coronan rey de los dispersos, haces que me tropiece en sensaciones, abrace las columnas que sostiene el averno y me dejan pálida por la espera.

Tú, te prendes de mí; como hoguera de alucinaciones donde danzan mis pecados, máscaras de niños sin ojos, y permanecen dormidos en nuestro propio abismo.