Discurso de presentación del Libro Peregrinar de Gritos, por Franco Felíx

Diego Velásquez pinta el retrato del Papa X Inocencio en 1650. Luego Francis Bacon –300 años después- hace un estudio que desgarrará la imagen del eclesiástico, la desnudará con las pinceladas que caracterizan al pintor alcohólico. Mara Romero no falla a la hora de colocar esta imagen del artista inglés en la portada de su libro. La influencia de Edwar Munch es clara en esta pintura que presenta su poemario. La obra de Bacon comparte con la poesía de Mara el dolor, el grito, el nervio arrancado. La obra de Francis Bacon está escarificada por la brutalidad, la crueldad de las guerras. Mientras, la poeta también advierte campos de batalla más sórdidos. De entrada el poema AYER VINO LA MUERTE pone en contexto uno de temas que aturden a la voz poética: Las muertas de Juárez. Una guerra perdida quizá, peligrosamente ambigua por otro lado, la denuncia de Mara en este poema inaugural resulta desconsoladora.

Yo incompleta
Caminando en un campo
Que asusta de real

La poesía de Mara Romero se inserta en un barroco tardío: los contrastes y el movimiento son recursos que flotan en las páginas del libro:

Un pelícano merodea mi cuello
Mientras estrecho la mano de una sombra
Que me parte el día.

Sin embargo, también parece heredar el romanticismo maldito de los franceses. Mallarmé se asoma en la oscuridad de sus versos, su propia poesía eco de su propia poesía, su lenguaje hermético, una serpiente, un monstruo de Gila que se muerde la cola:

Como serpiente sigo el rastro,
Huyo del tiempo donde no te encuentres,
Y mi piel caliza
Se vuelve mármol de miedo frío,
Cuando reconozco tu sombra
En los corredores de mi cuerpo.

Pero Mara es partícipe de un romanticismo más desengañado, un romanticismo que rechaza y abraza el realismo al mismo tiempo. Su poesía está a la deriva en un remolino de agua que parece que se tragará todos los barcos. Su poesía resiste. Hay que aplaudir su apuesta: la poesía y los poetas son una especie en vías de extinción, mientras haya un poeta desquiciado con la lámpara encendida en esta oscuridad la voz seguirá siendo una herramienta de la revolución. Su poesía es íntima, es totalmente inmanente; escrita casi toda en segunda persona, su voz poética ordena el mundo, lo sufre, lo suda, lo devora. Es una obviedad que la autora de los versos tiene una enfermedad incurable que le hace alucinar un mundo más amable.


Dice Paul Valery a propósito de su poemario Cementerio marino.

“La Literatura no me interesa, pues, profundamente, sino en la medida en que ejercita el espíritu en ciertas transformaciones ---aquellas en las cuales las propiedades excitantes del lenguaje desempeñan un papel capital. Puedo, es cierto, agarrarme de un libro, leerlo y releerlo con delicia; pero sólo me señorea hasta lo más hondo si encuentro en él la marca de un pensamiento de potencia equivalente a la del lenguaje mismo, la fuerza de plegar el verbo común a fines imprevistos sin romper las "formas consagradas", la captura y reducción de las cosas difíciles de decir; y sobre todo, la conducción simultánea de la sintaxis, de la armonía y de las ideas (que es el problema de la poesía más pura), son para mí los objetos supremos de nuestro arte.”

Para Mara Romero, el lenguaje poético es patrimonio del hombre. Sin su poesía, Mara tendría que sucumbir ante el dolor porque en sus páginas es notorio el malestar del abandono. Por eso su poesía se salva, porque no busca medallas ni banderas, está dedicada absoluta y esquizofrénicamente a la construcción de babeles que fungen como columnas de su discurso, su natural tendencia suicida de escribir. Porque escribir es eso, morirse un poquito, pasar la mano al jugador de al lado, zafar un rato, involucrarnos con el otro, el de adentro. Su poesía, el oficio de su poesía –lo digo porque la conozco personalmente, me jacto de ello- es llevado al grado de la locura. De entrada, la dedicatoria a Jerome, su hijo, resulta una advertencia más que un regalo. “Estoy al borde, nada más estornude mi hijo, y yo me lanzo del columpio” dice ella empinándose una taza de café en Obregón.

Hay algo de insólito en eso. Primero debo confesarlo. No soy un gran lector de poesía. Además de que no tengo capacidades de análisis de esta complejísima disciplina no sé leerla. Nota aclaratoria por si a Mara se le ocurre llamarme poeta en este festival: No soy poeta. Aunque a ella se le acomode perfecto. Siempre sudo una gota fría cuando llega un correo electrónico de ella en mi bandeja de entrada y dice: Para Franco Félix Poeta. ¡La coña! No tengo nada contra los poetas, pero soy como un japonés enojado cuando le dicen chino. Y sí, he notado también el cambio de tonos. En un principio este imparable discurso del análisis literario, como si mis maestros me hubieran domesticado. Y ahora, este gua gua desenfado. Esta confiancita que me he tomado. Regreso al podium. Queridos compañeros.

Algo hay de insólito, decía antes de esa letal digresión, en la poesía. Puede ser escrita en rincones bien pequeños como Cajeme y no en las capitales del arte y puede seguir siendo universal. Eso, creo, les da un pulso a los poetas. Per se la obra de Romero abarca tópicos universales (amor-vida-muerte), pero su forma tiene pulso, respira, sigue con vida. La incansable búsqueda del lenguaje poético que Valery aplaude en el gusto por la literatura, en Mara fluye, asume las credenciales de una poética comprometida primero con el corazón humano.
Regreso a Bacon. En la portada, Inocencio, está sometido a líneas verticales que simulan los barrotes de una prisión en la que se encuentra desnudo. En el interior Mara también es cautiva del yo desnudo. Pintura y poemario proyectan la luz de un ser humano en el estado más puro: el móvil de la desnudez y el dolor. El grito y su peregrinar, son el vehículo de estos caminos encontrados. La libertad es más escasa si no expresa en voz alta.